Tuvimos crédito fácil y barato y pudimos
dedicarlo a consumir de una forma casi compulsiva, comprábamos viviendas, coches, etc. y
mucho consumo especulativo, casi siempre centrado en la vivienda, pero este
periodo no lo aprovechamos para resolver nuestros problemas estructurales.
Cuando pregunto a mis compañeros de partido
que tuvieron responsabilidades políticas municipales por ejemplo, por qué no hicieron las reformas
necesarias para frenar aquel crecimiento tan desmesurado del número de viviendas,
aun sabiendo, por que todos lo sabíamos que la burbuja inmobiliaria explotaría,
la respuesta es muy cierta, realista y sincera. Cada promoción pagaba su
licencia de obras, cada vivienda nueva su impuesto de bienes inmuebles, cada proyecto equivalía a puestos de trabajo, en
definitiva, cada construcción suponía ingresos vía impuestos y tasas para que posteriormente se
pudiera invertir en bienes públicos, en mejores servicios sociales, en
infraestructuras necesarias. Así las cosas la esquizofrenia del momento nos
llevó a realizar políticas equivocadas aun a sabiendas pero justificadas por
unos resultados evidentes, inmediatos y palpables. A eso algunos hoy lo llaman
despilfarro, los mismos a los que se les caen las fachadas de sus obras
faraónicas mirando a otro lado, los mismos que de forma reiterada después de
casi tres años de gobierno siguen culpando a la herencia recibida y olvidando
que en esos periodos de gloria la mayoría de las comunidades autónomas estaban
gobernadas por ellos.
La solución ahora cuál es. España tiene
impuesta desde Europa una política de ajuste brutal a lo que se le añade la
propia iniciativa del gobierno español que, mediante su denostada reforma
laboral ha permitido la rebaja de los costes laborales y sobretodo ha permitido
una gran pérdida de puestos de trabajo. La consecuencia de lo anterior es la
pérdida de capacidad de consumo, y si no hay consumo no hay producción y si no
hay producción no hay puestos de trabajo y así sucesivamente. Y no sólo se ha
perdido empleo sino que se ha precarizado el existente. Para el gobierno su
justificación viene porque con la reforma se ha ralentizado la destrucción de
empleo, aunque la lógica nos dice que no se perderá más cuando ya no haya.
Es cierto, seguramente, que la recesión ha
sido frenada, de momento en unas escalas que no son perceptibles para el
ciudadano de a pie, pero en cualquier caso está claro que el modelo productivo
que antes se basaba en la construcción ahora ya no es útil y debemos poner
rumbo a otros modelos en los que los trabajadores precisarán de una mayor
formación o cuando menos diferente formación (investigación e innovación), y, qué están haciendo, pues poner palos a las ruedas de la educación y de la formación para que ésta
sólo sea accesible a las clases pudientes, creando élites con lo que además, se
agrava y se vuelve a la diferencia de clases, para que las clases más
desfavorecidas sean los tontos y por lo tanto ciudadanos maleables a su antojo
y beneficio creando también mano de obra muy barata. Así se entiende que la
macroeconomía tenga resultados positivos pero no la microeconomía de la mayoría
social que es la que nos importa y no la de las grandes empresas y sus socios
capitalistas.
Manuel Giménez
Guàrdia
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